martes, 27 de diciembre de 2011

Fantasma por adelantado

     La muerte cuando no es de un allegado parece cosa diabólica o del más allá. El compadre de Antonio ha perdido a su esposa, hecho natural considerando sus maltratados 82 años, pero Antonio que es amigo de la familia siente una profunda desazón por todo tipo de mortaja y velatorios, teme incluso pasar por frente de la casa de la difunta porque piensa que el espíritu ha tenido tiempo suficiente como para llegar a los predios del señor y de rechazo, caer en forma de fantasma.
     Él tiene por costumbre visitar la casa del compadre, jugar ajedrez y tomar una copa de coñac en su compañía. Ahora, con el aire de luto y ese silencio místico que dejan los que ya se fueron, no se atreve ni siquiera a acercarse a la morada del amigo. La primera medida de precaución que toma cuando regresa del trabajo es darle la vuelta a la manzana, para no ser visto y trepar por el muro del jardín para entrar a su propia casa por la puerta del fondo.

     Cuando entra percibe un olor ajeno, intruso y aunque todo está como lo dejó, ciertos detalles hacen que perplejo revise el cerrojo de la puerta y los pestillos de las ventanas. Ya está a punto de relajarse cuando lo ve. Con un batilón blanco y un marcado cojear de su pierna derecha. ¡Un fantasma a pleno luz del día! Increíble, pero casi tropieza con él cuando ha salido del cuarto en dirección al baño.

     Aún con los cabellos negándose a seguir amoldados sobre el cráneo y reprimiendo las ganas de echarse a correr, llega a la conclusión de que ese fantasma no le pertenece. ¿Cómo pudo equivocar la dirección? Para darse ánimo recuerda que la mujer del compadre, en vida, era muy desmemoriada, así que con esta explicación se acerca de a poquito a tratar de convencerla de que no estaba bien que una señora permanezca en el apartamento de un soltero y que él podía, ¡con mucho gusto!, llevarla a su verdadera casa, que sólo tiene que seguirlo. Pero, ¿cómo hablar con un fantasma que padecía sordera cuando estaba entre los vivos?
     Se da vuelta y va hasta el bar de la sala para beber directamente de la botella. Después de muchas zancadas, decide conminarla a través de un mensaje, lo redacta apresuradamente y lo desliza por debajo de la puerta mientras se fuma un cigarro. No quiere ni imaginarse que al fantasma se le hayan olvidado sus anteojos.

     El gemido que percibe a su lado lo alerta de que ya debe salir en su papel de guía. Eso hace sin apenas mirar la blanca silueta, y cuando llega a la puerta del compadre, a punto está de decirle, aquí te la traigo, pero opta por pasar al interior de la vivienda, dando una palmada afectiva en la espalda del amigo.

     Y todo hubiera estado bien si ese mismo día, bien entrada la noche, no hubiera escuchado el ric-rac del balancín. Lívido salta de la cama, se asoma y ahí está, desbocado sobre el sillón, como animal furioso.

     Un conglomerado de recuerdos de su niñez se agolpan en sus pupilas. Tenía once años y no podía conciliar el sueño. Estrella, la chica que se ocupaba de las tareas domésticas, le había leído un cuento como solía hacer cada noche y se había retirado a apagar las luces del comedor. En más de una ocasión le habían prohibido la entrada al cuartico del fondo, pero él igual se escurría en medio de la oscuridad para buscar su compañía y escuchar todos esos cuentos con que ella lo embrujaba cuando le hacía un lugar en el catre.

     Se incorporó y todo oídos bajó las escaleras de madera, nadie acostumbraba a merodear a esas horas. Ya estaba por entrar en el amplio comedor cuando repentinamente se encendieron las velas, la claridad inundó todos los rincones del recinto empujándolo contra la pared muerto de susto y sin comprender. Después fueron las campanadas, furiosas y enloquecidas, retumbando indefinidamente. El gran reloj de los bisabuelos ocupando el lugar más alto y visible del salón donde las veladas familiares se conservaban con el mismo rígido estilo de sus antiguos moradores. Hasta que por fin, se cansó de repiquetear, las velas se apagaron y todo quedó como antes. Su primera intención fue volverse sobre sus pasos, pero ya estando en la planta baja y la intención de por medio, resultaba más fácil llegar hasta donde Estrella, así que sin pensarlo otra vez hizo acopio de valor y atravesó el inmenso espacio en penumbras, se desvió hacia el pasillo del fondo para dar a la puerta del cuarto de la muchacha. Por vez primera no tuvo que avisar con pequeños toques porque la puerta estaba abierta, sólo era empujar levemente y entrar. Lo que nunca imaginó fue el espectáculo que le esperaba, ya estando adentro.

     El cuerpo de estrella desnudo, flácido sobre el jergón del catre, los cabellos en caída hasta mezclarse con los exuberantes senos tersos y rebeldes, su vientre velludo y sus piernas bien definidas, invitaban a una larga contemplación.

     Claro que instantes después, y ante su impávida mirada, brotó del lecho una lengua uniforme de fuego y luz que abrazaron las carnes instigadoras. La muchacha se retorció cual danza de mil demonios desenfrenados, se achicó y se carbonizó ante sus ojos, en fracciones de segundos. Cuando echó a correr dando alaridos por toda la casa todavía latía la imagen de lo que había quedado de Estrella, un hueco negro sobre el colchón y varios hilillos de humo.

     Tuvieron que sujetarlo fuerte y abofetearlo para que dejara de chillar, luego su padre se fue al cuartico del fondo y para su sorpresa regresaba con Estrella, viva y hermosa como siempre, pero muy asustada de esos gritos y ese despertar intempestivo. Esa noche durmió en la cama de sus padres despues de haberse orinado en los pantalones y Estrella nunca más le abrió la puerta.

     A los seis meses la chica se fue de casa, se junto con un guitarrista del barrio que ya empezaba a cosechar éxitos en los grandes escenarios. Fue una experiencia muy dura acostumbrarse a estar sin ella, por eso se asombró tanto aquella noche cuando despertó con sus manos aferradas a su erección, completamente empapado y vio a la muchacha que sonreía desnuda a los pies de la cama. No gritó, ni corrió, la estuvo contemplando hasta que volvió a quedarse dormido.

     Por la mañana en el desayuno le dijo a su abuela que había soñado con Estrella, sin especificar detalles. Diez minutos más tarde todos se enteraban. ¡Habían encontrado el cadáver recalcinado de Estrella junto a su amante en la cama de un hotelillo cercano a la capital! La abuela lo clavó en la silla con la mirada, se santiguó y suspirando murmuró: Los muertos siempre vuelven.

     Y ahora estaba allí el jinete de la madrugada impávido en su cabalgar sobre el sillón, no era Estrella, ella nunca más volvió. ¿Qué hacer? Por las buenas, la esposa del compadre no quiso ir a su lugar de origen y por las malas... Fuma un cigarrillo, luego otro y otro más, hay un detalle, sí... ¿Por qué no se quiere marchar?, y, ¿si le contara al compadre?, no le creería, además de que no estaría bien tamaña decepción... ¡El detalle!, cómo no se percató antes, ¡la cojera!, ¡Esa endiablada cojera de la pierna derecha del fantasma! La esposa del compadre estaba vieja, enferma, sorda, casi ciega pero sus piernas ¡perfectas!, ¡era lo mejor que tenía en vida!
 

   Se pone rígido, cadavérico, se incorpora a empujones para alcanzar la puerta pero tropieza con laparedy se asombra de ese peso que viene desde arriba. El antiguo reloj de campanadas de sus antepasados.¿Cuándo lo había puesto ahí? Y antes de hundirse en la eternidad, siente su pierna derecha irremediablemente aplastada, amoldándose al conjunto de cobre. Después la sombra de su propio fantasma irrumpir en carcajadas estridentes a su alrededor.

Por SRM


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